Quemar los bits

La Imilla Hacker - imilla.hacker@riseup.net

La Biblioteca de Alejandría reunía el saber de la antigüedad para el mundo occidental de entonces: literatura, matemáticas, astronomía y medicina. En un mundo en que recorrer el planeta en el transcurso de una vida era poco menos que impensable, los papiros y pergaminos viajaban y componían conversaciones con los muertos de las que las generaciones venideras podían salir un poco menos imbéciles, y con suerte, devenir un poco más sabias.

Triste fue el destino de aquellos rollos: califas y emperadores se sitúan, probablemente, detrás de los incendios que convirtieron en cenizas aquellos diálogos, sumiendo a los bárbaros en una más profunda barbarie, y seguramente cobrándose varios miles de vidas en la oscuridad que sobrevino.

No sé si sea porque aquellos libros, acumulados en lo más parecido a la internet de aquellos días, introducidos con disimulo a través de numerosas fronteras, contradecían al Corán, o sea porque se vieron en el fuego cruzado de las maquinaciones de un emperador que trataba de meter al pueblo en otra guerra civil, lo cierto es que no importó aquella pérdida a los que estaban atareados en propósitos mucho más viles, y por qué no decirlo, politiqueros.

El códice Yoalli Ehécatl es un manuscrito mesoamericano de contenido ritual y adivinatorio. Se cree que fue escrito antes de la conquista de México, en algún lugar en el sur o el oeste del estado mexicano de Puebla. Fuente: Wikipedia

El 12 de julio de 1562, el obispo Fray Diego de Landa manda quemar los manuscritos y códices encontrados en las bibliotecas mayas. Montañas de libros ardieron ese día, en una tendencia que no quedó en un caso aislado. Mucho de lo que sabemos de nuestros antepasados “prehispánicos” viene de textos de los cronistas españoles, que cuando no estaban manejando sus cruces o espadas, ponían por escrito sus pareceres sobre los “salvajes americanos”. Y no sólo eso: para evitar que los incendios sociales cruzaran continentes, el virrey del Perú decide levantar prohibición sobre los libros "de imaginación".

En el 2015 a los poderosos de este mundo no les hace falta ya quemar papel. Por cierto, si no leyeron Fahrenheit 451 ya están tardando, tengo una idea alternativa para el final.

No hace falta porque los frutos de la investigación pública, los resultados de una tradición milenaria de compartir lo que descubrimos, para que la humanidad entera pueda beneficiarse de nuestros avances, se encierran tras las rejas de las publicaciones de pago y tras la burla absoluta de las Patentes sobre la Propiedad Intelectual. ¿Estás en una Universidad prestigiosa? No tienes que preocuparte, alguien lo paga por tí. ¿Naciste en el Sur Global? Lo tienes más difícil.

Y aquí la historia se pone divertida: tal vez a un hacktivista en una universidad privilegiada, con acceso libre a todas las revistas que quiera, se le ocurrió un día descargar miles de publicaciones científicas y compartirlas mediante torrents. Y seguramente, legiones de abogados descienderon sobre él, hostigándole hasta el suicidio.

Esto sucedió, así como les cuento, en 2013. Él se llamaba Aaron Swartz. Aún pueden leer su blog.

Aaron era mi amigo, aunque sólo nos vimos una vez en la vida real. Acabaron con él, pero nos quedó un acto inspirador y rebelde. Tenemos el poder, con las redes p2p y sitios como The Pirate Bay, de construir bibliotecas más enormes que la de Alejandría.

Y lo sentimos, pero las bibliotecas de bits no las pueden quemar.

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